William Neil era un gurú financiero que anunciaba sus servicios en una radio cristiana, que se escuchaba en todo el «cinturón bíblico» estadounidense, todo el norte de Texas.
Su programa estaba lleno de frases como: «Nos vemos en la iglesia el domingo», «El doctor Neil Gallagher es un verdadero estadounidense de primer nivel, con integridad en todas sus actividades», «La pasión de su vida es ayudar a las personas a jubilarse de forma segura, temprana y feliz», etc.
William prometía que había ayudado ya a más de mil personas a independizarse financieramente a través de su firma, Gallagher Financial Group, y de su libro «Jesucristo, maestro del dinero».
Pero realmente William era un estafador. Gallagher acumuló $32 millones de dólares con un esquema Ponzi que se enfocaba principalmente en víctimas jubiladas de entre 62 y 91 años.
Pero, ¿cómo funciona un esquema Ponzi?
El esquema lleva a quienes invierten a creer que las ganancias provienen de actividades comerciales legítimas, como ventas de productos y/o inversiones exitosas, pero a todos se les suele prometer buenas ganancias con poco riesgo.
Para seguir funcionando, estos esquemas dependen de un flujo constante de nuevos miembros que den dinero a los que han invertido antes que ellos, si no hay nuevos miembros, no funcionan.
Gallagher prometía a sus víctimas un rendimiento anual de entre el 5% y el 8% de su inversión, pero no recibieron nada, y Gallagher destinó la mayor parte del dinero a gastos personales y de sus empresas, además de a pagar a inversores anteriores.
En noviembre del 2021, en el condado de Tarrant de Texas, lo sentenciaron a tres cadenas perpetuas de prisión, que se sumaron a los 25 años de cárcel a los que había sido condenado en Dallas en marzo de 2020.
Gallet había estado estafando personas desde el 2013, adquiriendo casi 200 víctimas.
Entre las personas de las que se aprovechó, se encontraban una mujer de unos 70 años que sufría de linfoma y que invirtió más de medio millón de dólares, y varios agentes de policía locales en servicio y retirados.
Muchas víctimas se vieron obligadas a vender sus casas, pedir préstamos a sus hijos o regresar al trabajo después de la jubilación.

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